Hoy en día continúa muy extendida la opinión de que la dieta infantil idónea consiste en comer platos rebosantes. Se sigue asociando la imagen de un niño rollizo, con mofletes, con un niño sano. Comer con gran apetito se vincula con niños saludables e ingestas menos copiosas con niños enfermizos.
Al igual que ocurre con las personas adultas, hay que tener en cuenta que cada niño tiene unas necesidades diferentes, una velocidad de metabolismo distinta. Además, en cada etapa de la vida las exigencias dietéticas varían, los niños no pueden comer como un adulto.
En ningún caso debemos obligar a comer grandes cantidades porque, además de ser traumático, se puede convertir en el germen de futuros problemas como la obesidad.
Las madres me comentan frecuentemente que no entienden porque la gente ofrece comida a sus hijos continuamente y a deshoras como si fueran monos. Es una pésimo hábito alimentario que hace que los niños lleguen sin apetito a las comidas y la rechacen. La regularidad en las comidas es algo muy importante ya que las ingestas principales son las que les aportan beneficios para la salud.
Como ha quedado reflejado en un estudio de reciente publicación, el 90% de los niños de 1 a 3 años consume un 96% más de proteínas de las recomendadas y el 71% más calorías de las que necesita. Las consecuencia directa es el incremento del riesgo de padecer obesidad en un futuro. La adquisición de hábitos alimentarios en los primeros años de vida repercutirá en la vida adulta.
Por tanto, la educación para la salud es necesaria desde pequeños, hay que fomentarles el consumo de todo tipo de alimentos e inculcarles unos hábitos de vida saludables a través de una dieta rica y variada.
María Arrieta
Pedagoga de Gastronomía Baska
 
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