Las etiquetas engañan. Aunque esta afirmación sea discutible, así nos hacen pensar las estrategias de marketing utilizadas para promocionar los productos procesados. Titulares grandilocuentes, términos confusos, omisiones, imágenes agrandadas… La visibilidad y manipulación exagerada de los reclamos contrastra con la dificultad por encontrar el etiquetado obligatorio, el que de verdad cuenta, habitualmente situado en letra pequeña y oscurecido con un lenguaje críptico.
La campaña de la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) #EtiquetasTrampa lucha por desenmascarar aquellos productos cuya publicidad está lejos de corresponderse con su contenido nutricional. Bajo este hashtag, cientos de consumidores han subido ya a las redes sociales ejemplos de fraude en el etiquetado.

«Los productos más básicos y saludables incluyen un ingrediente o, como mucho, dos o tres.»

Algunos ejemplos, realmente alarmantes, muestran cómo nos engañan los anuncios de bebidas o alimentos que consumimos en el día a día: zumos con el mismo porcentaje de fruta que de agua con azúcar, patés de ciervo con solo una quinta parte de este ingrediente, salsas de guacamole con un 0,7% de aguacate, etc.

Trucos que se perpetúan

El especialista Fidel Salazar (Diet&Nut) explica que el tipo de trucos que se utilizan en el etiquetado para atrapar nuestra atención son siempre similares. “Un engaño habitual es el de calificar a los alimentos a través de un ingrediente; es decir, añadir el % de la CDR (Cantidad Diaria Recomendada) de un único ingrediente que el reglamento europeo permita publicitar como que “contribuye a” o que “ayuda a”. El problema es que el consumidor solo se fija en el titular, destacado claramente por la empresa, y no en el resto de ingredientes”.
“Si pensamos, por ejemplo, en alimentos que consumimos habitualmente, como el germen de trigo, la carne, los huevos, el pescado, las verduras, las legumbres, o las nueces, todos ellos contienen de forma natural un 15% de vitamina B6, lo cual les permite publicitarse como que “contribuyen al funcionamiento normal del sistema inmunitario” o que “ayudan a disminuir el cansancio y la fatiga”. Algunos de ellos pueden a la vez contener grasa de palma, gran cantidad de azúcar, etc., lo cual, obviamente, no es muy saludable”.

«Hay muchos trucos que podemos aprender para ver lo que se esconde tras cada etiqueta.»

La dietista y nutricionista Laura Jorge opina que, más que la confusión buscada por los fabricantes, el problema está en la falta de herramientas que los consumidores tenemos para interpretar las etiquetas. “Si todos supiéramos leer los etiquetados nos engañarían menos y comeríamos mejor. Una cuestión a tratar por el especialista en las consultas de nutrición, sea cual sea el motivo por el que el paciente acude, es transmitir educación nutricional; y un punto clave siempre es el etiquetado de productos”.

Esto es lo que de verdad importa en las etiquetas

Aunque el primer consejo de un profesional será siempre no abusar de los procesados y consumir siempre que sea posible productos frescos, lo deseable al toparnos con el etiquetado es saber leerlo. Y aquí, de nuevo, hay diferencias: los productos más básicos y saludables incluirán un ingrediente (frutos secos, legumbres, arroz integral, aceite de oliva virgen extra) o, como mucho, dos o tres (yogur natural de soja, pan o pasta integral, tofu, copos de avena, tomate en conserva).
Al margen de estos alimentos, los procesados o ultraprocesados a evitar lo son porque contienen ingredientes nada recomendables, como harinas refinadas, azúcar añadido, sal en exceso y grasas de mala calidad. Para saber cómo evitarlos, te mostramos algunos consejos:
– El orden de los ingredientes está determinado por ley, por el porcentaje de mayor a menor contenido. Si el azúcar ocupa uno de los tres primeros lugares, el producto es en su mayoría azúcar.
– El azúcar añadido aparece a menudo ocultado a través de sinónimos. Hay decenas y, en ocasiones, aparecen combinados en un mismo producto para distraer la atención y situarse más abajo en la etiqueta: sacarosa, glucosa, dextrosa, fructosa, “jarabe de”, “sirope de”, “melaza de”, sucrosa o maltosa son algunos de ellos.

«Hay que fijarse muy bien en los ingredientes que figuran en la etiqueta.»

– Aunque las palabras “sal” y “sodio” a menudo se utilizan como sinónimos, cada mg de sodio representa 2,54 mg de sal común, por lo que el contenido puede parecer mucho menor y la diferencia entre ambos términos nos puede llevar a confusión. Como regla general, debemos evitar aquellos productos que contengan mucha sal, 1,25 g por cada 100 gramos.
– El peligro de las grasas no viene determinado por su cantidad sino por su origen. Nuestro cuerpo necesita las grasas saturadas y debe evitar las grasas trans. Las grasas procedentes del aceite de oliva o de girasol son grasas saludables. Evita las grasas hidrogenadas y las grasas vegetales refinadas de semillas, aceite de coco o palma.
– Las harinas refinadas , pese a que por desgracia se encuentran entre la mayoría de los hidratos de carbono que consumimos a diario, tales como la harina de trigo, la fécula o el almidón de patata, entre otras, pueden ser sustituidas, resultando más saciantes y nutritivas, por cualquier pan, pasta o arroz que contenga un mínimo del 70% de harina integral.
Claudia Loring
Muchos de los alimentos que compramos no utilizan un etiquetaje claro ()
Fuente: diario «La Vanguardia»
Fotografía: Steve Debenport / Getty Images
http://www.lavanguardia.com/vivo/20180120/4497679794/titular-enganoso-fijar-leer-etiquetas-supermercado.html

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