Una de las mejores maneras de enseñar respeto a un niño es respetarle. Y eso incluye respetar su apetito. Imaginémonos a un padre o a una madre diciendo a su querido retoño lo siguiente: “Hijo mío, cuando seas mayor quiero que comas en función de tu apetito, siempre según tus gustos y preferencias y en base a una dieta saludable. Para ello, te obligaré a comer más de lo que te apetece, unos alimentos que yo he escogido, muchos de ellos malsanos”. Es una contradicción en toda regla, similar a la que aparece en esta viñeta del humorista Streeter. Más todavía si el padre o la madre comen fatal delante del niño. Lamentablemente, es lo que sucede en muchos casos. Veámoslo más de cerca, para concienciarnos de que conseguir que nuestros hijos coman bien no es solo predicar con palabras.
¿Sobornamos a nuestros hijos?
El ejemplo antes citado no es tan irrazonable como pudiera parecer. La Academia Americana de Pediatría, en su libro «Pediatric Nutrition Handbook» indica que “la estrategia más comúnmente utilizada para animar a los niños a comer es el soborno”. Sobornar no es en absoluto educativo, y es del todo contraproducente para una correcta alimentación. Las llamadas “conductas coercitivas de alimentación” minan la capacidad innata de los niños para regular su consumo de energía, según dejaron claro Fox y colaboradores, en una investigación publicada en 2006 en la revista Journal of the American Dietetic Association.
Solo tres bocados más
En el ámbito científico, nadie duda de que los niños tienen una innata capacidad de regular su ingesta energética. ¿Respetamos acaso la sensación de hambre de nuestros hijos? En general, no.
Tal y como indiqué en este mismo “rincón”, en el texto que redacté para el “Día nacional de la nutrición”, una investigación con el título «Just three more bites» (solo tres bocados más) constató que el 85% de los padres o cuidadores intentó que sus hijos (o los niños a su cargo) comieran más de lo que ellos querían. Ello se tradujo en que el 83% de los menores comió por encima de su apetito y el 38% comió notablemente más de lo que hubiera comido si nadie les hubiera dicho nada.
El estudio, coordinado por la Dra. Joan K. Orrell-Valente, resulta interesante por su cuidado diseño: evaluó el ambiente familiar a la hora de comer en una muestra aleatoria de ciento cuarenta y dos familias de diferentes niveles socioeconómicos. Hacer que un niño coma por encima de su apetito aumenta el riesgo de que padezca obesidad, algo nada recomendable.
Demasiados alimentos superfluos
También he mencionado que muchos de los alimentos que ofrecemos a nuestros niños son “malsanos”. Es una palabra acuñada por la Organización Mundial de la Salud, aunque en otras ocasiones utiliza “insanos”. Sea como fuere, nuestras despensas y nuestras neveras están, en general, llenas de alimentos superfluos que aportan calorías vacías a nuestros niños y que contribuyen a incrementar su riesgo de dolencias como la caries o la obesidad. El estudio enKid, que evaluó la alimentación de una muestra representativa de la población infantil y juvenil española, mostró lo siguiente:
–          El 96,4% consume usualmente productos de bollería y galletas.
–          El 88,2% consume habitualmente aperitivos y snacks salados
–          El 99,4% incluye habitualmente en su dieta dulces y golosinas
–          El 92,6% consume habitualmente refrescos
–          El 73% de la población mayor de 14 años consume usualmente bebidas alcohólicas
Hace poco hemos sabido que casi el 20% de los menores de diez años toma una media de dos litros mensuales de bebidas energéticas. De entre estos niños “consumidores”, alrededor del 16% son “altos consumidores crónicos”, ya que su consumo medio mensual es de 4 litros. Son datos tomados de un reciente informe de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), en el que participaron más de 52.000 niños, de 16 de los 27 Estados miembros de la Unión Europea (UE), incluido España. El consumo de estas bebidas en tales cantidades puede averiar la salud de nuestros hijos.
A continuación apunto tres consejos para abordar esta (compleja) situación.
1.- Respetar la sensación de hambre y ofrecer alimentos saludables
En 2012, la Agencia de Salud Pública de Catalunya publicó un recomendable documento denominado “La alimentación saludable en la etapa escolar”. En él, además de insistirnos en la importancia de ofrecer al niño una dieta saludable , leemos el siguiente: “Las cantidades de las raciones deben ser acordes con las necesidades propias de la edad y han de respetar la sensación de hambre expresada” (“Les quantitats de les racions han d’anar d’acord amb les necessitats  pròpies de l’edat i han de respectar la sensació de gana expressada”).
Así que respetar al niño no es solo tratarle con cariño y prestar atención a sus necesidades, también es respetar su apetito. El estudio de la Dra. Joan K. Orrell-Valente y colaboradores, antes citado, insiste en que todos los padres deben saber cinco cosas, algunas ya mencionadas:
1.- Los niños tienen la capacidad de autorregular la cantidad de energía que ingieren en función de sus necesidades. Pueden reconocer su apetito y responder a sus señales internas de hambre y saciedad.
2.- Si no se respetan las señales de hambre y saciedad del niño (por ejemplo, mediante el control de los padres) se puede alterar su capacidad innata para reconocer y responder a estímulos internos
3.- La responsabilidad de los padres recae principalmente en suministrar alimentos saludables y en determinar cuándo se sirven dichos alimentos.
4.- Debemos permitir que los niños elijan qué y cuánto quieren comer de lo que nosotros les hemos ofrecido
5.- Usar la comida como premio, amenaza o castigo, imbuye un valor desmesurado (a ojos del niño) a alimentos ricos en calorías vacías (Ej.: refrescos).
2.- Predicar con el ejemplo y comer en familia
Además de ofrecer al niño alimentos saludables y además de no insistirle en que pertenezca al “club del plato limpio”, hemos de tener claro que si nosotros seguimos una dieta saludable, las posibilidades de que nuestros hijos también la sigan aumentan de forma considerable.
Sabemos también, como señalé en el texto “Comer en familia: más importante que nunca”, que compartir comidas en familia es fundamental. Mencioné que compartir 3 o más comidas en familia por semana puede reducir las posibilidades de que los niños padezcan exceso de peso en un 12%, de que se tomen alimentos insanos en un 20%, de que sufran trastornos de la alimentación en un 35%.
La actriz y presentadora Eva Hache lo ha resumido muy bien, en mayo de este año, en su texto “¡A comer!”, publicado en El País: “Hágase el favor de compartir la comida con sus hijos. Igual que la comparte con sus amigos. Nadie le dice a un colega: «Si no te acabas el pescado, no hay postre». No convierta el arte de comer en la hora de la tortura, porque solo conseguirá pasar malos ratos y, de propina, que su hijo sea obeso o regalarle un desorden alimentario”.
Pero además de respetar su apetito, ofrecerles alimentos saludables, predicar con el ejemplo y comer en familia, hemos de tener algo más en cuenta, dado el alto riesgo de obesidad infantil en nuestro país.
3.- Ojo al tamaño de la ración que les (y nos) servimos
Diversos estudios han mostrado que, como los adultos, los niños pequeños son “sensibles a las cantidades”. Es decir, si les ofrecemos una gran ración de alimentos, es posible que coman por encima de su apetito. Según han señalado Johnson y colaboradores en abril de 2014 (Am J Clin Nutr), muchos adultos sirven raciones grandes a sus hijos. Así, es posible que estemos contribuyendo de forma inadvertida al consumo excesivo de energía de nuestros hijos si les presentamos raciones demasiado grandes de alimentos.
Es más, es probable que las raciones que nos servimos a nosotros mismos influyan en la cantidad de comida que toman nuestros hijos. Ello contribuiría a su exceso de peso, ya que tomarían como norma unas raciones inapropiadas para su edad.
Para los niños, la cantidad de comida que les hemos servido actúa como una señal implícita con respecto a cuánto esperamos que consuma. En tal caso, un niño piensa algo así: “si mis padres me han puesto esta cantidad de comida, será que es lo que debo comerme”.
En conclusión
El ambiente en nuestro hogar influye mucho en el comportamiento de los niños. En la mesa transmitimos valores y modelos a seguir. Si comemos en familia, respetamos a nuestros hijos, les ofrecemos una dieta sana y les damos un buen ejemplo con nuestros propios hábitos, todos salimos ganando. Los adultos, porque aprendemos que dar es recibir (al dar ejemplo mejoramos nuestra salud), y los niños porque aprenden un modelo saludable de alimentación. Modelo que les acompañará toda su vida…y que probablemente acompañe también a la de sus propios hijos (nuestros nietos).
 
Julio Basulto (@JulioBasulto_DN)
Diplomado en Nutrición Humana y Dietética (Universidad de Barcelona)
 
http://blog.lasirena.es/lang/es/2014/06/19/respectar-la-gana-dun-nen-es-respectar-el-nenrespetar-el-apetito-de-un-nino-es-respetar-al-nino/

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