Originarias de la zona costera del Mar Negro, en el siglo I los romanos comenzaron a extender su cultivo por la cuenca mediterránea. Su nombre procede de la antigua colonia griega de Cerasus, situada en el Mar Negro, de dónde cogió el nombre, que en castellano derivó en cereza.
Es una fruta típica del final de la primavera y comienzo del verano. Aunque a menudo se confunden con las picotas hay varias diferencias entre ellas. La picota es una variedad de cereza del valle del Jerte (Extremadura), que se vende sin el rabillo leñoso de las cerezas porque caen por su propio peso cuando están maduras. Además, la picota es una cereza más pequeña, más dulce y con la carne más firme.
A la hora de comprar hay que escoger las cerezas con un color rojo oscuro y con el tallo verde y bien unido al fruto.
Las cerezas hay que guardarlas en el frigorífico después de comprarlas, sin taparlas. Se conservarán en perfecto estado durante unos 15 días y se lavarán sólo cuando se vayan a consumir.
Las cerezas son una fruta muy saludable que se caracteriza por su alto contenido en agua, casi el 80%, y su bajo contenido calórico (70 kilocalorías por cada 100 gramos), lo que las hace muy recomendable para dietas. Contienen hidratos de carbono, fibra, vitaminas C y E y una sustancia llamada melatonina que tiene efectos antioxidantes y potencia el sistema inmunológico, ayudando a regular el ritmo cardíaco y los ciclos de sueño del cuerpo. En su composición encontramos minerales como el hierro, potasio, sodio, zinc y manganeso.
Su consumo reduce el riesgo de diabetes por su bajo contenido en glucosa, tiene propiedades antiinflamatorias y son un buen remedio para la recuperación muscular. Las cerezas también mejoran el tránsito intestinal por su contenido en fibra, son buenas para la tensión arterial, nutren la piel y contrarrestan los efectos dañinos del sol.

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