GALEGO

 

Se ha abierto un debate sobre la relación entre calidad de alimentación, costo energético y ambiental y criterios de bienestar animal. Este debate probablemente perdure y condicione las propuestas y políticas de partidos y gobiernos.

Crece la importancia de la carne sintética y un auge del consumo de vegetales y de los alimentos basados en plantas, que se perciben como menos agresivos con el medio ambiente y que por esa razón responden bien a un criterio cada vez más importante y extendido: ¿me alimento de acuerdo a mis valores? La alimentación expresa, cada vez más, nuestra propia visión del mundo y lo que deseamos para nosotros mismos y para los otros. Comemos como queremos vernos.

Se mantienen como tendencia y crecen en consideración valores como proximidad y producción ecológica y sostenible. Las encuestas ponen un marco global de credibilidad a estas tendencias. Algunas fuentes estiman que el 38% de los consumidores aceptan pagar más por productos elaborados con materiales sostenibles, y que el 49% pagaría más por una alta calidad y una seguridad garantizada. Si pasamos de las encuestas a la realidad del mercado, constatamos que no es lo mismo predicar que dar trigo. Al pasar por caja, las personas que están dispuestas a pagar más realmente son muchas menos. Hay un largo camino por recorrer.

Sigue creciendo el take away. Proliferan los restaurantes con muy pocos metros de comedor y muy pocas mesas que basan su rentabilidad en ofrecer comida preparada para llevar. Su oferta se suma a la de las empresas especializadas en la entrega domiciliaria de comida preparada. También hay mayor oferta de alimentos preparados o precocinados en los lineales de los supermercados. Parece que cada vez se cocina menos en los hogares. La cuestión es cómo estará de lejos el nivel de saturación de este mercado, es decir qué margen de crecimiento tiene todavía esta tendencia.

Lo que está fuera de discusión es el dominio del inglés a la hora de dar nombre a las tendencias alimentarias. Quédense con este concepto, que va cobrando importancia: realfooding. No a las comidas procesadas, sí a las comidas sencillas como puerta hacia una mejor salud. Sus seguidores -y todos y todas lo somos de forma creciente en alguna medida- rechazan los refrescos, la bollería, las salsas comerciales, las galletas y sus derivados… Y guerra a los alimentos etiquetados como light, 0%… que en realidad engañan con esas etiquetas, o se desenvuelven en los vacíos normativos. En cambio, los realfooders buscan comer alimentos frescos. De modo que la tendencia como tal es menos novedosa que la etiqueta. Comer más verdura, hortalizas y legumbres y menos alimentos superfluos es bueno desde siempre.

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