Las semillas de sésamo, muy usadas tradicionalmente en la cocina oriental, son cada vez más populares en nuestra gastronomía. Aportan su inconfundible textura crujiente y tiene un ligero y agradable sabor a nuez. Son una presencia sutil siempre que se emplean.

 

Proporcionan manganeso, calcio, fósforo, magnesio, hierro y otros nutrientes, además de vitamina B1, aunque el aporte vitamínico del sésamo es inferior al proporcionado por otros frutos secos. También nos dan fibra, ácidos grasos y proteína vegetal.

 

Se atribuyen a estas semillas numerosos efectos beneficiosos para la salud: combaten el mal colesterol, tonifican, favorecen la digestión… Estas propiedades son comunes al sésamo blanco y al negro.

 

¿Cómo emplearlas en la cocina?

 

Pueden agregarse a galletas, yogur, ensaladas, pan, galletas… Se pueden emplear tostadas y sin tostar, pero su sabor se acentúa con el tueste y además ya su crujido es un verdadero placer. Se deben tostar levemente para no alterar su grasa.

 

El tostado es un proceso tan simple como delicado: basta una sartén a fuego bajo, en muy pocos minutos durante los cuales removeremos constantemente comenzará a desprenderse un ligero aroma a tostado. Eso es todo.

 

Ponerlas en remojo es una alternativa al tostado. Las semillas se lavan, se cubren con agua, se añaden unas gotas de limón y semejan en remojo. Tras un par de horas, se escurren y se lavan. Listo.

 

Para facilitar la digestión del sésamo es conveniente triturarlo un poco o masticarlo con intensidad, esto facilitará la absorción de los nutrientes por el organismo.

 

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